jueves, 18 de junio de 2015

Esta vez, el cartero sólo llamó una vez...




Al bajar del taxi,la emoción le embargaba y no podía sujetar los latidos de su corazón desbocado. Habían pasado dos largos años desde la última vez que estuvo en casa y se moría de ganas de abrazar a su joven esposa. La vida en el ejército había sido muy dura para él. Pero ya terminó todo. Un inoportuno atentado talibán había terminado con su carrera militar y lo había devuelto a la vida civil.


Cuando estuvo ante la puerta, pulsó el timbre con impaciencia. La puerta se abrió enseguida, no hizo falta volver a llamar.Y allí, delante de su excitado cuerpo, apareció ella. Radiante, hermosa. Entró. Arrojó su equipaje en cualquier parte y se abrazó a ella con toda la fuerza que había ido acumulando en estos dos años sin verla. Y así, abrazados, y con sus labios sellando los de ella, avanzaron por el pasillo camino del dormitorio.


Pero al llegar a la puerta de la habitación, se paró en seco. La noche anterior a la partida, allá en Afganistán, les proyectaron la película "El cartero siempre llama dos veces", la de Jack Nicholson y Jessica Lange. Y, aunque ya la había visto antes, volvió a quedar impresionado por la famosa escena de amor sobre la mesa de la cocina.Y recordó que le había dicho al compañero que tenía al lado:


-Lo primero que haré cuando llegue a casa será hacerle el amor a mi chica igual que Nicholson, sobre la mesa de la cocina.


Y hacia allí la empujó sin poder separar sus labios de los de ella que, por cierto, ni tiempo había tenido de decir esta boca es mía.


Entraron en la cocina. Él se separó de ella un segundo y se dirigió a la mesa que estaba llena de platos, tazas, vasos y cubiertos. De un manotazo lo arrojó todo al suelo con gran estrépito y, cogiendo de nuevo a su chica por la cintura, la subió a la mesa y la tendió sobre ella todo lo larga que era.

A continuación, y con la rapidez del rayo, se quitó los pantalones y los arrojó a lo más alto del frigorífico tirando al suelo un jarrón de porcelana que se hizo añicos. Acto seguido y de un ágil salto, se encaramó a la mesa aterrizando sobre el cuerpo, algo magullado ya, de su amada.

Y entonces ocurrió algo inesperado. La mesa comenzó a crujir. Primero se movió hacia un lado. Luego se movió hacia el otro y al final terminó haciendo el mismo ruido que hacen los troncos de los árboles al troncharse por efecto de la sierra. Rotas y desencajadas las patas, la mesa terminó cayendo al suelo de la cocina con un golpe seco y arrastrando con ella a los dos amantes. El gato, capado y sobrado de kilos, que acostumbraba a dormitar bajo la mesa, tuvo el tiempo justo de salir por patas y encaramarse sobre el fregadero desde donde observaba la escena con los ojos como platos sin comprender muy bien qué estaba ocurriendo.


Él, algo frustrado pero aún encima de ella, la miró con atención por primera vez y, en ese mismo momento, palideció y deseó que se lo tragara la tierra...Y como en una película a cámara rápida, volvió a pasar por su cabeza toda la escena del desgraciado atentado que lo había dejado casi ciego y que, según los médicos que lo trataron, le había afectado también al cerebro, sobre todo a las neuronas alojadas en el hipocampo, las responsables de la memoria a medio y largo plazo. Desde ese día, tiene lagunas importantes y olvidos imperdonables.


Sólo acertó a decir "perdón" con un hilo de voz apenas perceptible mientras se apartaba de ella para buscar sus pantalones. Mientras tanto ella, con los ojos muy abiertos, lo miraba sin ser capaz de articular palabra.


Mientras se ponía los pantalones recordó y lo comprendió todo.Y recordó que unos meses atrás su mujer le decía en una carta que se iba a vivir con su madre porque se sentía muy sola en esta casa alquilada.Y fue entonces y solo entonces cuando comprendió que esta ya no era su casa.Y que la mujer que seguía despatarrada en el suelo de la cocina mirándolo incrédula entre trozos de vajilla de porcelana fina y de madera tronchada, no era su mujer sino una desconocida que no había visto en su vida.


Acababa de ponerse los pantalones cuando sonó un portazo y, a continuación, una voz de hombre que con entusiasmo gritaba:


-
¡Cariño,ya estoy en casa...!