domingo, 26 de octubre de 2014

El arroyo









Eran aquellas unas primaveras de lluvias generosas que inundaban los valles arrastrando monte abajo las cicatrices que se dejó en la tierra la aridez del invierno. Apenas caían las primeras gotas, se formaban hilillos de agua negra que arrastraban la mugre acumulada durante meses en la tierra baldía. Enseguida esos hilillos se juntaban con otros para crecer y descender laderas en forma de regatos alocados que, cual adolescentes impulsivos, arrastraban hacia el valle piedras, ramas y matojos ya resecos con los que erosionaban el suelo hasta conseguir encajonar el torrente en un cauce a la medida.

Cuando los regatos llegaban al valle, se unían al padre arroyo que bajaba del norte brincando entre peñascos o deslizándose por suaves desniveles alfombrados de pequeños y blanquísimos cantos rodados. Bajaba aportando al espectáculo de la primavera su propia banda sonora, una cantarina y monótona melodía de dulce sonsonete con arreglos de espuma.



                    



En sus riberas, el trébol extendía retales verdes junto a los serios juncos que, en espigados ramilletes, balanceaban sus escuálidos tallos al compás de la música del agua, hasta conseguir mirarse, presumidos y coquetos, en el espejo del río. Delicadas matas de poleo, de presta, de hierbabuena, bañaban sus raíces en la tierra húmeda de las orillas mientras saturaban el aire con aromas mentolados. Y, en mitad del arroyo, allá donde la corriente se hacía balsa serena, algún nenúfar de flores amarillas jugaba a reposar su bella levedad.

 Más adelante, cuando el desnivel del terreno se convertía en pendiente, como en una loca carrera, el agua tornaba a saltar con fuerza por encima de los peñascos redondos con su desbordante alegría de río joven  para caer después formando delicadas cortinas, tan delgadas, que se podía ver a través de ellas el verdor oscuro y misterioso de los musgos asidos a la piedra. Luego, como en una explosión de perlas, estallaba en mil gotitas, mil diamantes transparentes y juguetones acicalados con destellos irisados que pintaba en ellos el sol del mediodía.



                             



 Aquellas mañanas de las primaveras de mi infancia junto al arroyo dejaron en mí un recuerdo tan intenso, con un sabor tan dulce a naturaleza en estado puro que, en más de una ocasión, me ha servido para atemperar el ardor de las heridas que me han ido dejando en el alma, a lo largo de los años, las diarias y resecas batallas por la vida.




(Imágenes tomadas de internet)













martes, 21 de octubre de 2014

Soneto LV (El alma en cada nota)






                                         A Paco de Lucía

                  Sus manos, dos palomas encantadas
bebiendo de seis ríos de metal;
sus ojos, limpios lagos de cristal
con brillos de mil noches estrelladas.

Acordes como agudas puñaladas
al mismo corazón -dulce puñal-;
cadencias que con arte magistral
llenaban de color las madrugadas.

Hablaba la guitarra y él sentía
que al cielo se elevaba cual gaviota
en busca de la luz del nuevo día:
pues se dejaba el alma en cada nota.

Hoy la mía tan solo es alma rota
que al saber de tu adiós, vaga sombría.



viernes, 10 de octubre de 2014

Geisha





De nuevo llora Willians en mi viejo pecé 
y esa boquita roja 
sobre níveo rostro de fina porcelana, 
enciende mis recuerdos. 
Y hacia el palacio gris de la nostalgia 
parecieran volar las notas de violín 
en busca de tus ojos almendrados, 
de tu imagen de geisha azul, lejana. 
Y acuden en tropel aquellos días 
en que te ibas dejando sin saberlo 
melosas pinceladas de ti por los rincones 
de mis horas sin alma. 

Regresan los recuerdos 
golpeando con fuerza en mi ventana 
cual fantasmas surgidos de la niebla 
pidiendo que les abra, 
que me traen prendido en sus embozos 
tu rostro de princesa enamorada 
para hablarme de nuevo de promesas, 
de sueños imposibles, 
de viajes sin rutas ni destino, 
de pobladas y amenas soledades,
de anhelos infinitos en la noche, 
de aquel tiempo feliz y compartido 
bajo una luna llena sólo nuestra. 

Y acuden,enlazadas con las notas,
tus hermosas palabras,
aquellas que impactaron como dardos 
en mi yerma desgana 
para sembrarla de fértiles semillas 
que al brotar se dejaron en mi huerto 
feraces plantaciones de esperanza.

Pero -¡ay!- esas notas 
 me traen también olvidos y distancias 
que se elevan como una cordillera 
que levanta sus crestas imposibles 
entre mi corazón y tu silencio,
entre tu frialdad y mi nostalgia,
hiriendo mi ilusión como una espada 
entre la oscura noche de mi ocaso 
y la brillante luz de tu alborada.


jueves, 2 de octubre de 2014

Otoño







La tarde nos regala aromas inocentes,
como de niño chico,
tras los gruesos olores del verano.
La luz se ha vuelto tibia, delicada.
El alma se sosiega
y los ojos,
cansados de relumbres,
otean las alturas en busca de aire fresco.

Es el plácido otoño
que vino de repente.
Llegó ayer, en silencio,
cargado de tristezas amarillas
y ocres melancolías.
Más tarde,
cuando se vuelva viento,
rondará por las noches silbando en las ventanas
de doncellas ardientes.
Y al alba traerá
bandadas de hojas muertas
descendiendo en zig-zag:
de mi alma a la tuya,
de tu alma a la mía.

Otoño reincidente,
matando un año más,
sin premeditación ni alevosía,
el brillo de oropel de otro verano...

 Cuando lleguen tus tediosos domingos
de interminables tardes,
soñaré con sus ojos,
dibujaré sus labios con mi dedo
en el húmedo vaho de la ventana.
Y luego miraré como se elevan en raudos remolinos,
desde el parque desierto,
las hojas de los álamos mezcladas
con sucias servilletas de papel
que el verano olvidó entre los parterres...

Otoño de tristezas amarillas,
de ocres melancolías.
Otoño de sosiegos...

Es el plácido otoño
que llegó, de repente.


     De "Versos al atardecer" -  Octubre-2010 (Reedición)