sábado, 8 de septiembre de 2012

El viejo tren




Parado en la estación desierta y fría

libera el viejo tren sus malos humos.
Ningún viajero acude, nadie llega
a ocupar sus asientos de madera.
Un silbido destroza la mañana
y el viejo tren se pone en movimiento
con adioses de humo blanquecino.
Arranca lentamente, con pereza;
con poca fe en sus fuerzas ya mermadas.
¡Qué chirriar de hierros oxidados
cuando abandona la estación desierta!
Poco a poco se arma de valor
y parece que anima su carrera.
Resoplando, ya sube la primera
pendiente que encuentra en el camino.
Corona el puerto con dificultad
y ya feliz, comienza la bajada.
Vuelve a silbar y se anima.
Baja veloz y seguro
de llegar pronto al destino.
Tiene muy claro el camino
mientras corre bajo el sol.
El humo blanco se eleva,
al cielo ya casi llega.
La vieja locomotora,
entusiasta, soñadora,
no para de resoplar.

Los árboles del camino
saludan con señorío
y aplauden el desafío
 de esta dama de metal
que ama la velocidad.
Corre y suda.
Suda y corre.
Nunca deja
de correr.
Cruza un pueblo
solo y frío.
Cruza el puente
sobre el río.
Se introduce
en el misterio
de un túnel
negro, sombrío,
pero nunca 
se detiene.
Corre, corre.
Silba, silba.
Ya muy pronto
llegarás
y en la próxima
estación.
Todo el mundo
gritará
cuando ya
vea llegar
a este viejo
y ágil tren:
¡Bravo!
¡Viva!
¡Bien!
¡Bien!
            ¡Bien!